“Internet no hace más que simular un espacio mental libre, un espacio de libertad y descubrimiento. De hecho, sólo ofrece un espacio desmultiplicado, aunque convencional, donde el operador interactúa con elementos conocidos, códigos instituidos. Más allá de esos parámetros de investigación no existe nada. Cualquier pregunta es asignada a una respuesta anticipada. Uno es el interrogador automático al mismo tiempo que el contestador automático de la máquina. A la vez codificador y descodificador, de hecho nuestro propio terminal, nuestro propio corresponsal. Es eso el éxtasis de la comunicación. Ya no hay otro enfrente, ni tampoco destino final. El sistema gira así sin fin y sin finalidad. Y su única posibilidad es la de una reproducción y de una involución al infinito. De ahí el confortable vértigo de esa interacción electrónica e informática, similar al de una droga. Uno puede pasarse toda la vida en ella, sin discontinuidad. La droga misma no es más que el ejemplo perfecto de una interactividad enloquecida en un circuito cerrado.
Para domesticarnos se nos dice: el ordenador no es sino una máquina de escribir, sólo que más práctica y compleja. Lo cual es falso. La máquina de escribir es un objeto perfectamente exterior. La página flota al aire libre y yo también. Tengo una relación física con la escritura. Toco con los ojos la página en blanco o la página escrita, cosa que no puedo hacer con la pantalla. El ordenador es, en cambio, una verdadera prótesis. Yo mantengo con él una relación no sólo interactiva, sino también táctil e intersensorial. Yo mismo me convierto en un ectoplasma de la pantalla. De ahí provienen , sin duda, de esa incubación de la imagen virtual y del cerebro, las insuficiencias que afectan a los ordenadores y que son como los lapsus de nuestro propio cuerpo.
En cambio, el hecho de que la identidad sea la de la red y nunca la de los individuos, el hecho de que la prioridad se dé a la red más que a los protagonistas de la red, conlleva la posibilidad de disimularse en ella, de desaparecer en el espacio impalpable de lo virtual y no estar ya localizable en ningún lugar, ni siquiera para uno mismo, los cual resuelve todos los problemas de identidad, sin contar los problemas de alteridad. Así, la atracción de todas estas máquinas virtuales se debe sin duda menos a la sed de información y de conocimiento, e incluso a la de contacto, que al deseo de desaparecer y a la posibilidad de disolverse en una operabilidad fantasmal. Forma planeante que hace las veces de felicidad, de una evidencia de felicidad por el hecho mismo de que ya no tiene razón de ser.
La virtualidad sólo se aproxima a la felicidad porque tiene subrepticiamente cualquier referencia a las cosas. Nos da todo, pero de manera sutil nos escamotea al mismo tiempo todo. El sujeto se realiza en ella perfectamente, pero cuando el sujeto está perfectamente realizado, se convierte de forma automática en objeto y cunde el pánico.”
Baudrillard, Jean (1997). Pantalla total en “Pantalla total”. Ed. Anagrama. Barcelona, 2000. Págs.206-207.
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