La primera teología de la imagen
Juan Damsceno (muerto ca. 750) Tres discursos sobre los iconoclastas y Exposición de la fe cristiana
El gran teólogo procedía de una familia de cristianos árabes e ingresó hacia el año 700 en el monasterio de San Sabas, en las cercanías de Jerusalén. Allí redactó en torno al 730 los "tes discursos contra aquellos que denostaban las imágenes". El primero está dedicado al patriarca de Jerusalén, y el segundo lo escribió con el fin de hacer más comprensible la materia del primero. Los ataques contra el emperador ponen de manifiesto que la polémica sólo era posible fuera de las fronteras del Imperio. Los argumentos se sustentan con numerosas citas de los Padres de la Iglesia, para poner en juego del peso de la tradición. En el capítulo 89, que contiene la "Exposición de la fe ortodoxa" , se resume brevemente la doctrina sobre las imágenes. En Occidente, los escritos de Juan Damasceno no se divulgaron hasta las traducciones del siglo XVI.
Juan define la imagen en términos del parecido que lo vincula con el original en cuanto a la forma, y de la diferencia que lo separa de éste en cuento a la substancia. Diferencia cinco tipos de imágenes, en primer lugar la imagen natural, esto es, el Hijo como imagen natural del Padre, que tiene que existir en la naturaleza para que se pueda copiar. Así, Cristo es la imagen del Dios invisible. En la imagen natural, imagen y original coinciden en esencia y naturaleza, pero no en la persona o hipóstasis. El hombre es una imagen de Dios en cuanto a entendimiento, palabra y espíritu (III, 16-23 de los discursos de las imágenes). Se puede representar aquello que es visible en tanto que cuerpo, figura, contorno y color, así Cristo como hombre, pero también los ángeles que se han mostrado a los hombres. Sin embargo, Dios no se mostró en esencia, sino sólo en la forma en la que debía encarnarse como hombre (ibid., 24-26).
La veneración es para Juan un signo de sumisión. En forma de adoración o latreia, sólo le corresponde a Dios; en forma de homenaje o proskynesis, también a los santos y a las imágenes merecedoras de tal honor porque remiten a Dios (III, 27-41). Lo representado está presente en la imagen cuando se le da su nombre. Como el propio santo, así la imagen participa de la gracia divina y, por eso, también ella puede obrar milagro (II, 14; I, 36; III,55, 90s). Es digna de la misma honra que la cruz y las reliquias. No obstante, su obrar reside no en su materia, sino en la fe de quien la contempla (I, 22; III, 41). La honra de la imagen es válida para el proptotipo que representa (I, 16,21; III, 41), puesto que también son muchas las imágenes que circulan de una persona."
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